Hace unos meses sucedió algo increíble, mi madre decidió mudarse de casa. Cuando me lo dijo me alegré, pero no sabía que su mudanza sería un torbellino de sentimientos que desde hace mucho enterré. Tras varios pleititos (vaya, que levante la mano quien no ha discutido con su progenitora), logré traer a casa un buda de piedra (recuerdo de mi niñez), la bola de boliche de mi padre (que nunca podré usar, pesa más de 10 kilos), sus pipas y su título universitario.
Tras meses en cajas, las pipas hoy se han convertido en compañeras inseparables de mi librero, siento se que se platican en las noches, cuando yo sueño con cosas que jamás recuerdo. Pero el título, ese título...
Vivió colgado en una pared en el estudio de mi padre y, desde que tengo uso de lógica, ha estado presente en mi vida. Pero nunca le había prestado atención, por lo menos no la debida. Ahora ya no vive en el marco, estaba horrible, y vaya, tampoco lo traje para decorar una de las paredes de mi casa, sólo lo quería tener, a modo de recordatorio, pues mi padre, ese conocido tan desconocido que se fue hace casi 11 años, siempre soñó con ver el mío.
Por razones de esas que uno simplemente no puede explicarse, el título terminó justo al lado de una reciente fotografía en la cual C, mis suegros y yo aparecemos sonrientes en una boda. Vaya, qué ironía... ¿habrán platicado foto a foto? ¿se hubieran caído bien si se hubieran conocido? No lo sé, pero esa imagen me partió el esquema.
Mi padre, ese desconocido tan conocido, hoy me hace mucha más falta que hace 11 años. Qué ironías. Recuerdo bien que en alguna ocasión una maestra de la preparatoria se me acercó para platicarme la historia de su padre y para decirme que no tratara de lidiar con mis sentimientos, pues la sensación de dolor y vacío nunca se irían del todo. Ese día la odié, pero cuánta razón tenía ese maestra, fumadora empedernida que nos hizo leer Platero y yo una y otra vez hasta que nos asqueó... el vacío viene y va, al igual que el dolor. Nunca los he podido poner en palabras, pues ninguno de los dos se parece a otras cosas que he sentido, ninguno de los dos tiene palabras o razón, sólo están allí y se entierran y desentierran con mucha facilidad.
Me tomó dos días quitar el título y alejarlo de las foto de mis suegros... Lo guardé en otro lugar, ya no tan a la vista. Además, descubrí que en esa foto tenía los ojos tristes, vaya, lo note 30 años después, pero lo noté. Tal vez ese día fue un mal día, eso no lo sabré. Pero de todo esto hay algo bueno, algún día, cuando tenga hijos, tendré la muy grata oportunidad de contarles todo lo que yo quiera de su abuelo y, lo mejor de todo, es que seguirá siendo el superhéroe que fue para mí, aunque ensalse un poco las historias, aunque le dé superpoderes, aunque alguna cosas no estén tan apegadas a la realidad... En fin, así va la vida, así va mi historia.