24 marzo, 2008
Son miedo diferentes. El viento no ahuya en las noches silenciosas, pero sí lo hace el sonido de los aviones volando bajo, de los helicópteros a punto de perder la ruta para luego estrellarse. No hay animales que muerdan, telarañas que se sujeten con fuerza al cabello, bichos que piquen, plantas que hagan que tu piel se retuerza de dolor y enrojecimiento. Nunca habrá un animal exhibiendo cómo se sacia comiéndose a otro.
No, no hay nada de eso, sólo los moscos que produce la fruta podrida, el aire rancio del refrigerador, la mariposa perdida en el parque y el triste pájaro que se azota contra los vidrios. No hay manadas galopando, haciendo retumbar a la Tierra, mas hay manadas de autos que rugen. Se ven hermosos cuando el sol golpea sus cristales. No huela a lluvia ni a tierra. No hay amaneceres ni anocheceres que disfrutar. La vida trascurre distinta, son otros sus ciclos, son otras sus necesidades. Las estrellas están entre nosotros por la noche, luces de colores que bailan de un edificio a otro. En el cielo no hay nada más que gris
22 marzo, 2008
Para reflexionar
This belief comes from my unyielding faith in the decency and generosity of the American people. But it also comes from my own American story.
I am the son of a black man from Kenya and a white woman from Kansas. I was raised with the help of a white grandfather who survived a Depression to serve in Patton’s Army during World War II and a white grandmother who worked on a bomber assembly line at Fort Leavenworth while he was overseas. I’ve gone to some of the best schools in America and lived in one of the world’s poorest nations. I am married to a black American who carries within her the blood of slaves and slaveowners – an inheritance we pass on to our two precious daughters. I have brothers, sisters, nieces, nephews, uncles and cousins, of every race and every hue, scattered across three continents, and for as long as I live, I will never forget that in no other country on Earth is my story even possible.
It’s a story that hasn’t made me the most conventional candidate. But it is a story that has seared into my genetic makeup the idea that this nation is more than the sum of its parts – that out of many, we are truly one.
Throughout the first year of this campaign, against all predictions to the contrary, we saw how hungry the American people were for this message of unity. Despite the temptation to view my candidacy through a purely racial lens, we won commanding victories in states with some of the whitest populations in the country. In South Carolina, where the Confederate Flag still flies, we built a powerful coalition of African Americans and white Americans.
This is not to say that race has not been an issue in the campaign. At various stages in the campaign, some commentators have deemed me either “too black” or “not black enough.” We saw racial tensions bubble to the surface during the week before the South Carolina primary. The press has scoured every exit poll for the latest evidence of racial polarization, not just in terms of white and black, but black and brown as well.
And yet, it has only been in the last couple of weeks that the discussion of race in this campaign has taken a particularly divisive turn.
Lee todo el speech de Obama en http://blogs.wsj.com/washwire/2008/03/18/text-of-obamas-speech-a-more-perfect-union/?mod=googlenews_wsj
I am the son of a black man from Kenya and a white woman from Kansas. I was raised with the help of a white grandfather who survived a Depression to serve in Patton’s Army during World War II and a white grandmother who worked on a bomber assembly line at Fort Leavenworth while he was overseas. I’ve gone to some of the best schools in America and lived in one of the world’s poorest nations. I am married to a black American who carries within her the blood of slaves and slaveowners – an inheritance we pass on to our two precious daughters. I have brothers, sisters, nieces, nephews, uncles and cousins, of every race and every hue, scattered across three continents, and for as long as I live, I will never forget that in no other country on Earth is my story even possible.
It’s a story that hasn’t made me the most conventional candidate. But it is a story that has seared into my genetic makeup the idea that this nation is more than the sum of its parts – that out of many, we are truly one.
Throughout the first year of this campaign, against all predictions to the contrary, we saw how hungry the American people were for this message of unity. Despite the temptation to view my candidacy through a purely racial lens, we won commanding victories in states with some of the whitest populations in the country. In South Carolina, where the Confederate Flag still flies, we built a powerful coalition of African Americans and white Americans.
This is not to say that race has not been an issue in the campaign. At various stages in the campaign, some commentators have deemed me either “too black” or “not black enough.” We saw racial tensions bubble to the surface during the week before the South Carolina primary. The press has scoured every exit poll for the latest evidence of racial polarization, not just in terms of white and black, but black and brown as well.
And yet, it has only been in the last couple of weeks that the discussion of race in this campaign has taken a particularly divisive turn.
Lee todo el speech de Obama en http://blogs.wsj.com/washwire/2008/03/18/text-of-obamas-speech-a-more-perfect-union/?mod=googlenews_wsj
16 marzo, 2008
Born intho Brothels, publicado en Tentación, 2006
A través de la mirada de los niños que habitan los burdeles de Calcuta, el arte prueba una vez más su poder catártico y redentor.
Tiene menos de 10 años de edad, su cara está pintada de rojo y el cuerpo lo lleva tatuado con polvo, tierra y aceite. Sus ojos brillan, al igual que su pelo, lleno de cebo. Detrás de él hay una pared carcomida, enmohecida; la humedad traspasa la pantalla. La imagen la tomó Kochi, una niña hindú que en el 2000 tenía 10 años de edad. Su protagonista no tiene nombre, no lo necesita porque es un paria, al igual que nuestra pequeña fotógrafa. Ambos viven en los burdeles de Calcuta, la zona roja donde los turistas buscan noches exóticas con deje a dulce de pistache y El Ramayana; la misma zona donde los hindúes buscan saciar sus deseos con los parias, a quienes luego desprecian y mantienen en el último escalafón de la cadena social. Pero en la India, según el documental de la fotógrafa inglesa Zana Briski Born Into Brothels: Calcutta’s Red Light Kids, hay aún algo más bajo en el escalafón que una prostituta: sus hijos. La madre de Kochi es prostituta, vive en aquellos burdeles con su familia y otras compañeras de trabajó. Su hija intentó varias veces ingresar a la escuela, pero su condición social no se lo permitió puesto que ella, al igual que los otros hijos de estas mujeres tienen un destino inmutable: por las noches, las niñas -ahora convertidas en lo mismo que fueron sus madres- reinarán las calles mientras sus hermanos, ocultos bajo la sombra de los faroles, hacen transacciones e intentan salvaguardar el regreso de sus hermanas a casa.
El tema atrapa la curiosidad: mujeres hermosas capturadas bajo la lente de quien intenta retratar lo que hay detrás del maquillaje nocturno: hambre, ansiedad, miseria y un bosquejo de esperanza para garantizar la supervivencia de la parentela. Zana llegó cautivada por la idea en 1998. Tras seis meses de buscar la forma de ingresar a los burdeles de la zona roja de Calcuta, encontró a un padrote que le dio un cuarto en el mismo lugar donde residen sus mujeres. Allí, la graduada de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y del Internacional Center of Photography, de Nueva York, Estados Unidos, aprendió a comunicarse y a compartir un estilo de vida y trabajo: mientras ellas esperaban a los clientes, Zana era participe de las bromas, los juegos y la pesadilla de no encontrar un amante nocturno. En las mañanas, los hijos de aquellas damas eran quienes se le acercaban. Tomaban su cámara y jugaban con ella. Briski los dejaba sin problema y les permitía capturar lo que quisieran. En el 2000 regresó a Nueva York y consiguió diez sencillas cámaras para los niños. Regresó a la India, escogió a ocho niños y les enseñó edición, iluminación, composición y breves lecciones de fotografía general en cursos de dos semanas. Entre salidas a la ciudad, al zoológico y demás actividades en grupo, optó por tomar una cámara de video y atestiguar todas las acciones. A finales de ese mismo año le escribió a Ross Kauffman, quien también vivía en Nueva York. Él acababa de retirarse luego de diez años de edición de documentales y no confiaba en el proyecto, hasta que vio los testigos de Zana. Kauffman tomó un avión rumbo a la India. Entonces comenzó la odisea.
Sin una idea demasiado clara de qué filmar y con la ayuda financiera del Sundance Institute, Jerome Foundation y el New York State Council Institute, la idea de Zana Auntie -como aprendieron a decirle sus pupilos- se transformó en Nacidos en el Burdel, un documental mitad producto de la imaginación de los niños y mitad un crudo testimonial sobre la desigualdad de la zona. Avijnt (11 años), Gour (13 años), Kochi (10 años), Manik (10 años), Puja (11 años), Shanti (11 años), Suchitra (14 años) y Tapasi (11 años) son los protagonistas de esta cinta, y los parias sin derechos que se transformaron en dos años y ahora albergan la esperanza de salir de los burdeles y tener un futuro. Algunos quieren dedicarse de lleno a la fotografía, otros a las artes en general, y algunos más, sólo aprendieron a hacer oídos sordos ante los comentarios de quienes aún los consideran lo más bajo del estrato social hindú.
“Es una historia sobre los niños y cómo emergen y se transforman a través del arte”, comenta Zana para la BBC, quien asegura que ésta no es una forma de propaganda política y lo demuestra con la creación de Kids with Cameras, asociación no lucrativa que además de seguir apoyando a los ocho niños que adoptó en Calcuta, se ha expandido a Haití, Jerusalén y El Cairo, Egipto. “Es casi imposible filmar en los burdeles, es muy peligroso”, admite Zana, “muchas veces nos amenazaron y éticamente, presentar las historias de los niños al mundo es una responsabilidad”, admite. Incluso había pedido que el documental no se exhibiera en la zona y prefirió ser ella quien se los mostrara directamente a los niños. Kochi, una de sus predilectas y quien ahora se encuentra en un albergue, alejada ya de los burdeles, se soltó a llorar al final de la proyección. “Estaba allí sentada, con dolor de cabeza, a duras penas podía verlo, y cuando todos se fueron, me dijo en un inglés muy fluido, porque ha estado en la escuela desde el principio del proyecto: ‘esa película verdaderamente me lastimó’. Le agradezco por ser tan valiente, y por compartir su vida con otras personas. Ella ha sido capaz de transformar su difícil experiencia y circunstancias en algo conmovedor”, narra Zana.
Sin embargo, ésta no es la primera vez que los niños son los protagonistas de sórdidas historias de desencanto. Las tortugas pueden volar, de Bahman Ghobadi, presentaba la vida de Satellite y sus amigos en Kurdistan días antes de la ocupación estadounidense, y Ciudad de Dios nos daba el punto de vista de Busca Pé sobre la situación de Brasil: ficciones tan reales que son imposibles de olvidar. Niños que intentan ver el mundo con inocencia y la esperanza de rescatarlo de la violencia a través de sus propios dones, sean el arte o la singular forma de robar la señal de televisión para saber en qué momento preciso caerá Saddam Hussein. Y es que hay algo en esas cintas, sean ficciones o no, que cautivan. La realidad de los niños; la violencia dimensionada a un punto de vista cándido, mágico, donde la división de clases no siempre es palpable.
“La otra cosa que constantemente me preguntan los niños es ‘¿qué hubiera pasado sin ti?’, ‘¿qué me habría pasado a mí sin ti?’ Sólo me quedé maravillada, con el corazón roto, agradecida y honrada. Lograr entrar en contacto con almas tan grandes capturadas en el cuerpo de un niño, y ser capaz de ayudar a alguien así”, concluye Zana, quien por el momento codirige Kids with Cameras y ayuda a seguir recaudando fondos a través del documental que la llevó a descubrir el mundo.
Tiene menos de 10 años de edad, su cara está pintada de rojo y el cuerpo lo lleva tatuado con polvo, tierra y aceite. Sus ojos brillan, al igual que su pelo, lleno de cebo. Detrás de él hay una pared carcomida, enmohecida; la humedad traspasa la pantalla. La imagen la tomó Kochi, una niña hindú que en el 2000 tenía 10 años de edad. Su protagonista no tiene nombre, no lo necesita porque es un paria, al igual que nuestra pequeña fotógrafa. Ambos viven en los burdeles de Calcuta, la zona roja donde los turistas buscan noches exóticas con deje a dulce de pistache y El Ramayana; la misma zona donde los hindúes buscan saciar sus deseos con los parias, a quienes luego desprecian y mantienen en el último escalafón de la cadena social. Pero en la India, según el documental de la fotógrafa inglesa Zana Briski Born Into Brothels: Calcutta’s Red Light Kids, hay aún algo más bajo en el escalafón que una prostituta: sus hijos. La madre de Kochi es prostituta, vive en aquellos burdeles con su familia y otras compañeras de trabajó. Su hija intentó varias veces ingresar a la escuela, pero su condición social no se lo permitió puesto que ella, al igual que los otros hijos de estas mujeres tienen un destino inmutable: por las noches, las niñas -ahora convertidas en lo mismo que fueron sus madres- reinarán las calles mientras sus hermanos, ocultos bajo la sombra de los faroles, hacen transacciones e intentan salvaguardar el regreso de sus hermanas a casa.
El tema atrapa la curiosidad: mujeres hermosas capturadas bajo la lente de quien intenta retratar lo que hay detrás del maquillaje nocturno: hambre, ansiedad, miseria y un bosquejo de esperanza para garantizar la supervivencia de la parentela. Zana llegó cautivada por la idea en 1998. Tras seis meses de buscar la forma de ingresar a los burdeles de la zona roja de Calcuta, encontró a un padrote que le dio un cuarto en el mismo lugar donde residen sus mujeres. Allí, la graduada de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y del Internacional Center of Photography, de Nueva York, Estados Unidos, aprendió a comunicarse y a compartir un estilo de vida y trabajo: mientras ellas esperaban a los clientes, Zana era participe de las bromas, los juegos y la pesadilla de no encontrar un amante nocturno. En las mañanas, los hijos de aquellas damas eran quienes se le acercaban. Tomaban su cámara y jugaban con ella. Briski los dejaba sin problema y les permitía capturar lo que quisieran. En el 2000 regresó a Nueva York y consiguió diez sencillas cámaras para los niños. Regresó a la India, escogió a ocho niños y les enseñó edición, iluminación, composición y breves lecciones de fotografía general en cursos de dos semanas. Entre salidas a la ciudad, al zoológico y demás actividades en grupo, optó por tomar una cámara de video y atestiguar todas las acciones. A finales de ese mismo año le escribió a Ross Kauffman, quien también vivía en Nueva York. Él acababa de retirarse luego de diez años de edición de documentales y no confiaba en el proyecto, hasta que vio los testigos de Zana. Kauffman tomó un avión rumbo a la India. Entonces comenzó la odisea.
Sin una idea demasiado clara de qué filmar y con la ayuda financiera del Sundance Institute, Jerome Foundation y el New York State Council Institute, la idea de Zana Auntie -como aprendieron a decirle sus pupilos- se transformó en Nacidos en el Burdel, un documental mitad producto de la imaginación de los niños y mitad un crudo testimonial sobre la desigualdad de la zona. Avijnt (11 años), Gour (13 años), Kochi (10 años), Manik (10 años), Puja (11 años), Shanti (11 años), Suchitra (14 años) y Tapasi (11 años) son los protagonistas de esta cinta, y los parias sin derechos que se transformaron en dos años y ahora albergan la esperanza de salir de los burdeles y tener un futuro. Algunos quieren dedicarse de lleno a la fotografía, otros a las artes en general, y algunos más, sólo aprendieron a hacer oídos sordos ante los comentarios de quienes aún los consideran lo más bajo del estrato social hindú.
“Es una historia sobre los niños y cómo emergen y se transforman a través del arte”, comenta Zana para la BBC, quien asegura que ésta no es una forma de propaganda política y lo demuestra con la creación de Kids with Cameras, asociación no lucrativa que además de seguir apoyando a los ocho niños que adoptó en Calcuta, se ha expandido a Haití, Jerusalén y El Cairo, Egipto. “Es casi imposible filmar en los burdeles, es muy peligroso”, admite Zana, “muchas veces nos amenazaron y éticamente, presentar las historias de los niños al mundo es una responsabilidad”, admite. Incluso había pedido que el documental no se exhibiera en la zona y prefirió ser ella quien se los mostrara directamente a los niños. Kochi, una de sus predilectas y quien ahora se encuentra en un albergue, alejada ya de los burdeles, se soltó a llorar al final de la proyección. “Estaba allí sentada, con dolor de cabeza, a duras penas podía verlo, y cuando todos se fueron, me dijo en un inglés muy fluido, porque ha estado en la escuela desde el principio del proyecto: ‘esa película verdaderamente me lastimó’. Le agradezco por ser tan valiente, y por compartir su vida con otras personas. Ella ha sido capaz de transformar su difícil experiencia y circunstancias en algo conmovedor”, narra Zana.
Sin embargo, ésta no es la primera vez que los niños son los protagonistas de sórdidas historias de desencanto. Las tortugas pueden volar, de Bahman Ghobadi, presentaba la vida de Satellite y sus amigos en Kurdistan días antes de la ocupación estadounidense, y Ciudad de Dios nos daba el punto de vista de Busca Pé sobre la situación de Brasil: ficciones tan reales que son imposibles de olvidar. Niños que intentan ver el mundo con inocencia y la esperanza de rescatarlo de la violencia a través de sus propios dones, sean el arte o la singular forma de robar la señal de televisión para saber en qué momento preciso caerá Saddam Hussein. Y es que hay algo en esas cintas, sean ficciones o no, que cautivan. La realidad de los niños; la violencia dimensionada a un punto de vista cándido, mágico, donde la división de clases no siempre es palpable.
“La otra cosa que constantemente me preguntan los niños es ‘¿qué hubiera pasado sin ti?’, ‘¿qué me habría pasado a mí sin ti?’ Sólo me quedé maravillada, con el corazón roto, agradecida y honrada. Lograr entrar en contacto con almas tan grandes capturadas en el cuerpo de un niño, y ser capaz de ayudar a alguien así”, concluye Zana, quien por el momento codirige Kids with Cameras y ayuda a seguir recaudando fondos a través del documental que la llevó a descubrir el mundo.
Mira Nair, publicado en el suplemento Tentación, 2006
Es fácil visualizar a esta mujer hindú deambulando por los pasillos de la Universidad de Harvard. Un sencillo sari, el cabello recogido en una coleta de caballo y una libreta donde comenzaba a apuntar las ideas que más adelante se transformarían en Salam Bombay! y Monsoon Wedding, dos de sus filmes más exitosos. Desde luego, el primer acercamiento de Mira con el cine fue la actuación, la cual experimentó en diversas obras escolares; pudo ser una de las actrices más destacadas de Bollywood (el símil de Hollywood en la India, el país que más películas produce al año), pero los sueños de niña que la animaban a conocer el mundo la llevaron a desarrollar sus propias historias. Su voz, siempre independiente, siempre sólida, la hicieron destacar desde finales de los ochenta, cuando Salam Bombay! ganó la Cámara de Oro como Mejor Ópera Prima en el Festival de Cine de Cannes de aquel año. La historia de amor interracial que retrataba la realidad de la mujer hindú la catapultó a la fama; de allí, Nair optó por captar otra realidad: la de los cubanos en Miami. La familia Perez, cinta en la que participaron Angelica Houston y Alfred Molina, nos acercaba con cierto deje de veracidad a los sentimientos de estos refugiados que buscaban crear un hogar alejados de casa. Y si bien es cierto que la historia se pierde en sentimentalismos y clichés, guarda la sencillez de un viejo que todos los días trepa a un árbol para ver el atardecer acariciar las orillas de su isla, de su hogar. Mira, cuando se encuentra detrás de la cámara elucubrando tomas exactas y pensando en las instrucciones que dará a sus actores, se deja invadir por la melancolía de también haber dejado su ciudad natal para explorar el mundo. De allí que en su cine la India aparezca como un personaje más, con la misma voz y sentimientos que cualquiera de carne y hueso.
La visión de un mundo fragmentado en el las personas buscan un hogar es sin duda una de las características más importantes de los filmes de esta mujer. Ya sea en el corazón, como en Salam Bombay! o en las tradiciones, como en Monsoon Wedding, cada una de sus películas lleva reminiscencias de su país en la música, en los bailes y en visiones idílicas de una India repleta de magia, comidas exóticas, danzas y eunucos que protegen a hermosas mujeres. Esta última visión, más cercana a las leyendas del Mahabarata y del Ramayana, los dos libros épicos de la India, es la que Mira presenta en Vanity Fair, cinta basada en la novela homónima del escritor inglés William Makepeace Thackeray.
+
Bhubaneshwar, India. Una adolescente de 16 años sale al portón de su casa con un libro bajo el brazo. Su educación le ha permitido asimilar con cierta facilidad la influencia inglesa sobre su cultura natal y abraza a los escritores de aquella lengua como propios. Los libros que ha leído la han trasportado a otras ciudades y tiene la certeza de que algún día las visitará. Por sus ojos ya han pasado las historias entrelazadas de las hermanas de Mujercitas (de Louisa May Alcott) y ahora busca un personaje literario más fuerte con quien identificarse; aún es muy chica para entender las desventuras de Madame Bovary. Alguien en la escuela le ha dado Vanity Fair. Los primeros párrafos del libro le presentan a Rebeca Sharp (cuyo ingenio hace honor al apellido) y queda encantada con las ganas de vivir y de salir adelante de una huérfana que quiere sobresalir en la sociedad inglesa del siglo XIX a costa de lo que sea. Mira se deja cautivar por la mezcla entre la sociedad inglesa y la libertad con la que Thackery describe a la India; la opulencia de las máscaras contra la sensualidad carnal; la represión y el precio de las aspiraciones contra la libertad de crear un universo propio donde todo es permisible. La entonces soñadora estudiante cierra el libro e imagina cómo sería Becky, cuál sería la forma idónea para representarla. Pasaron más de 30 años para que Mira obtuviera los recursos necesarios para dar vida a este personaje en el cine.
La directora dueña de la casa productora de cine Mirabai Films comenta en rueda de prensa que “la razón por la que deseé hacer esta obra es espiritual: ¿quién de nosotros no ha tenido sueños y, cuando los alcanza, es verdaderamente feliz? ¿Qué es la felicidad? ¿Cuáles son las aspiraciones? ¿Cuál es la vanidad de la vida?”. Estas preguntas eran muy cercanas a Mira cuando comenzó a trabajar en este proyecto. En 2001 había cautivado al mundo con Monsoon Wedding, cinta donde el amor verdadero y la eterna lucha entre el ser y el deber ser juegan un rol fundamental es los días anteriores al matrimonio tradicional de Aditi (interpretada por Vasundhara Das). La cinta rodada en tan sólo 30 días marcó la carrera de Nair: por un lado significó el éxito que deseaba; por otro era también la ‘vara’ con la que se mediría el resto de sus producciones. Al año siguiente ella se desafanó del cine para rodar la cinta Hysterical Blindness para la cadena de cable HBO. Esta sería marcaría el regreso a la televisión de la directora y escritora (anteriormente había realizado India Cabaret, Children of a Desired Sex y The Laughing Club of India) y la primera completamente alejada de la India. En ella dos mujeres Beth (Juliette Lewis) y Debby (Uma Thurman) buscan al amor verdadero en Nueva Jersey en plena década de 1980. El resultado: nominaciones en los premios Emmy y en los Globos de Oro. Entonces Sean Penn la invitó a participar el 11’ 01’’ 01, en donde realizó un cortometraje en donde exponía la reacción de su país ante los atentados del 11 de septiembre de 2001. En uno de los puntos más álgidos de su carrera Mira se hacía la misma pregunta con la que Thackeray concluye su libro: “Ah, vanidad de vanidades. ¿Quién de nosotros es feliz en este mundo? ¿Quién de nosotros tiene deseos o los ha satisfecho?: el deseo de Mira, hacer una película que la retara y le permitiera, una vez más, captar a su amado país natal desde los ojos de Hollywood. El reto: dar vida a uno de los libros más queridos de la literatura sin dejar que ninguno de los personajes secundarios perezca al momento de la adaptación. Para la productora Dona Gigliotti: “Mira es una gran creadora con un humanismo que en verdad atrapa. Su comprensión de sus propios orígenes y cómo logra posicionarlos en la cinta es lo que lo vuelve espectacular”.
Mas la vida detrás de la lente no ha sido tan sencilla como aparenta. Mira se ha divorciado tres veces y, a la fecha, sigue sin encontrar al hombre que la acompañe y que tenga el sentido del humor que ella necesita. Sin embargo, en 1991 tuvo a su primer hijo, Zoharan, cuyo padre es Mahmood Mamdani, su hijo es, a final de cuentas, su más grande proyecto.
La visión de un mundo fragmentado en el las personas buscan un hogar es sin duda una de las características más importantes de los filmes de esta mujer. Ya sea en el corazón, como en Salam Bombay! o en las tradiciones, como en Monsoon Wedding, cada una de sus películas lleva reminiscencias de su país en la música, en los bailes y en visiones idílicas de una India repleta de magia, comidas exóticas, danzas y eunucos que protegen a hermosas mujeres. Esta última visión, más cercana a las leyendas del Mahabarata y del Ramayana, los dos libros épicos de la India, es la que Mira presenta en Vanity Fair, cinta basada en la novela homónima del escritor inglés William Makepeace Thackeray.
+
Bhubaneshwar, India. Una adolescente de 16 años sale al portón de su casa con un libro bajo el brazo. Su educación le ha permitido asimilar con cierta facilidad la influencia inglesa sobre su cultura natal y abraza a los escritores de aquella lengua como propios. Los libros que ha leído la han trasportado a otras ciudades y tiene la certeza de que algún día las visitará. Por sus ojos ya han pasado las historias entrelazadas de las hermanas de Mujercitas (de Louisa May Alcott) y ahora busca un personaje literario más fuerte con quien identificarse; aún es muy chica para entender las desventuras de Madame Bovary. Alguien en la escuela le ha dado Vanity Fair. Los primeros párrafos del libro le presentan a Rebeca Sharp (cuyo ingenio hace honor al apellido) y queda encantada con las ganas de vivir y de salir adelante de una huérfana que quiere sobresalir en la sociedad inglesa del siglo XIX a costa de lo que sea. Mira se deja cautivar por la mezcla entre la sociedad inglesa y la libertad con la que Thackery describe a la India; la opulencia de las máscaras contra la sensualidad carnal; la represión y el precio de las aspiraciones contra la libertad de crear un universo propio donde todo es permisible. La entonces soñadora estudiante cierra el libro e imagina cómo sería Becky, cuál sería la forma idónea para representarla. Pasaron más de 30 años para que Mira obtuviera los recursos necesarios para dar vida a este personaje en el cine.
La directora dueña de la casa productora de cine Mirabai Films comenta en rueda de prensa que “la razón por la que deseé hacer esta obra es espiritual: ¿quién de nosotros no ha tenido sueños y, cuando los alcanza, es verdaderamente feliz? ¿Qué es la felicidad? ¿Cuáles son las aspiraciones? ¿Cuál es la vanidad de la vida?”. Estas preguntas eran muy cercanas a Mira cuando comenzó a trabajar en este proyecto. En 2001 había cautivado al mundo con Monsoon Wedding, cinta donde el amor verdadero y la eterna lucha entre el ser y el deber ser juegan un rol fundamental es los días anteriores al matrimonio tradicional de Aditi (interpretada por Vasundhara Das). La cinta rodada en tan sólo 30 días marcó la carrera de Nair: por un lado significó el éxito que deseaba; por otro era también la ‘vara’ con la que se mediría el resto de sus producciones. Al año siguiente ella se desafanó del cine para rodar la cinta Hysterical Blindness para la cadena de cable HBO. Esta sería marcaría el regreso a la televisión de la directora y escritora (anteriormente había realizado India Cabaret, Children of a Desired Sex y The Laughing Club of India) y la primera completamente alejada de la India. En ella dos mujeres Beth (Juliette Lewis) y Debby (Uma Thurman) buscan al amor verdadero en Nueva Jersey en plena década de 1980. El resultado: nominaciones en los premios Emmy y en los Globos de Oro. Entonces Sean Penn la invitó a participar el 11’ 01’’ 01, en donde realizó un cortometraje en donde exponía la reacción de su país ante los atentados del 11 de septiembre de 2001. En uno de los puntos más álgidos de su carrera Mira se hacía la misma pregunta con la que Thackeray concluye su libro: “Ah, vanidad de vanidades. ¿Quién de nosotros es feliz en este mundo? ¿Quién de nosotros tiene deseos o los ha satisfecho?: el deseo de Mira, hacer una película que la retara y le permitiera, una vez más, captar a su amado país natal desde los ojos de Hollywood. El reto: dar vida a uno de los libros más queridos de la literatura sin dejar que ninguno de los personajes secundarios perezca al momento de la adaptación. Para la productora Dona Gigliotti: “Mira es una gran creadora con un humanismo que en verdad atrapa. Su comprensión de sus propios orígenes y cómo logra posicionarlos en la cinta es lo que lo vuelve espectacular”.
Mas la vida detrás de la lente no ha sido tan sencilla como aparenta. Mira se ha divorciado tres veces y, a la fecha, sigue sin encontrar al hombre que la acompañe y que tenga el sentido del humor que ella necesita. Sin embargo, en 1991 tuvo a su primer hijo, Zoharan, cuyo padre es Mahmood Mamdani, su hijo es, a final de cuentas, su más grande proyecto.
11 marzo, 2008
Same place, same kiss
Todos los días 8:30 a 9:00 hay una pareja que simula esconderse tras las columnas que llevan a la entrada principal del edificio gris ubicado en la calle Polanco, a escasos pasos de una glorieta que te lleva directo a la embajada de Canadá. Me llama la atención porque todos los días paso por allí a esa hora y siempre están en la misma posición. La primera vez se me hicieron tiernos, imaginé que ella se despedía de él tras una noche cálida. La segunda pensé que eran unos recién casados. La tercera me pareció un poco asqueroso, pues el camión de basura estaba al lado y ellos seguían besuqueándose cual pubertos en casa sin papás. Pero hoy, que los vi como por ocasión cuarenta mil, me hartaron. Seguro no viven allí, lo más probable es que alguno de los dos trabaje cerca y que en ese hueco oscuro de altura perfecta para recargarse y ocultarse tras una columna sea su guarida perfecta de cada manaña -con todo y música de fondo proporcionada por la campana del recogedor de basura.
08 marzo, 2008
mowed ear, bad head
So what, my mind just suddenly switched to English. Hope it stays like this for a few more days, but I'm possitive it will switch back to Spanish in just a few hours. Anyway. The two men in my life C and R (ok, R is my dog) had huge, massive problems with their heads today. Both problems involved severe amounts of blood (well, just a drop here and there).
So I was happily daydreaming in my bed. Finally finished On Chesil Beach and was trying to make up my mind about it: loved it or hated it, when out of the blue, C screams my name. He's always playing, so I didn't care. Act two: he crept out of the bathroom, face green and teary eyes. What happend? Well, I will never how, but he stumbled into the wall and got a huge bump, a couple of scatches and few drops of blood, right in the middle of the scull.
Act three: R was there, just being a happy dog, as always. But something catched my eye when I stroked him. A drop of blood was on the floor. I do have to say that first I doubled checked my hands and my nose, but it was him. He went for a bath and haircut (well, me, a nice and concerned owner, took the puppy to the vet because it stung) and the stupid hairdresser (or shall I say dog-dresser?)just mowed (yes, as in mow the grass) his ear.
So I was happily daydreaming in my bed. Finally finished On Chesil Beach and was trying to make up my mind about it: loved it or hated it, when out of the blue, C screams my name. He's always playing, so I didn't care. Act two: he crept out of the bathroom, face green and teary eyes. What happend? Well, I will never how, but he stumbled into the wall and got a huge bump, a couple of scatches and few drops of blood, right in the middle of the scull.
Act three: R was there, just being a happy dog, as always. But something catched my eye when I stroked him. A drop of blood was on the floor. I do have to say that first I doubled checked my hands and my nose, but it was him. He went for a bath and haircut (well, me, a nice and concerned owner, took the puppy to the vet because it stung) and the stupid hairdresser (or shall I say dog-dresser?)just mowed (yes, as in mow the grass) his ear.
07 marzo, 2008
I create the monsters that live under my bed, and in my closet, and bathroom and desk and phone... basically I create my own shadows, my own fears, and they scare me, but push me and... at least they are really cute. Crazy little bluish and redish things crawling around the white of my eye, always hunting me and then scaping to my hair, they use it as a slide, but they are my monsters, and I like them
Suscribirse a:
Entradas (Atom)