Los tumultos son detestables. Los evito a toda costa, especialmente cuando se trata de visitar lugares célebres. Entre las tácticas: visitar museos en sentido contrario, ir a todo lo que se pueda de noche, no viajar en verano (a menos que no quede de otra), evitar las tiendas al super a 'la hora del soltero', es decir, después de las 10.00 de la noche.
Sin embargo, toda regla tiende a flexionarse y, como buena fan de toda película que sucede en Nueva York, incurrí en la poco brillante idea de visitar la estatua de la libertad, o más bien, de todo lo contrario...
En mi segunda visita a tan golpeada manzana tuve a bien despertarme con la muy, pero muy fija idea de llegar a visitar la estatua, tomar una copita abajo y disfrutar de la vista; además, me encantan los paseos en barquito, son una de mis grandes debili
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dades. Así que contra el inclemente viento C y yo llegamos a la taquilla compramos el boleto correspondiente, timamos a unos músicos diciéndoles que éramos ticos (obvio, no supieron tocar ninguna pieza célebre de Costa Rica) y pasamos una hora formados frente al mar.
Conforme nos acercamos a la entrada una poco simpático ser empezó a gritar con un altavoz. Nos pedía que nos pegaramos. "Like sardines, squeeze like sardines"... allí inició el problema.
A) No soy fan del contacto humano, mucho menos con desconocidos. Creo en el estricto metro de distancia que necesitas para sertir que tienes espacio vital y B) No soy ganado. Tras hacer que nos aplastáramos. Entramos a una tienda de campaña hechiza, aunque de grandes proporciones, en las que los 'polis gringos' nos hicieron quitarnos: zapatos, gorro, bufanda, guantes, abrigo, chamarra, cacles, reloj y cualquier otra cosa con metalito, incluídas llaves, celulares, moneditas, bisutería, etc. Mucho peor que en cualquier aeropuerto internacional y, obviamente, ya no había marcha atrás. El tío sam no nos iba a regresar los 12 dolaritos por boletos a esas alturas. En fin, para no quejarme demasiado y hacerles esto más breve:
1) el barquito contaminaba más que un pesero atorado en viaducto (humo negro por todos lados)
2) los asientos eran horribles e incómodos
3) tus 12 dolaritos no incluyen la entrada al 'monumento'
3) había gaviotas y pajarracos raros (así, con la misma mirada furiosa de los que captó Hitchcock)
4) y esperamos una hora para treparnos al mismo pinche barquito de regreso. Eso sí, todo amenizado por un tipito proactivo que pedía a la gente cantar Yellow Submarine en versión New York... y con una letra que decía más o menos: we all see the statue of libertu, the statue of liberty.
Así tras perder cuatro horas y media (de las cuales sólo una y media fue de caminar por el pedazo de isla y babosear abajito de la estatura), nos fuimos a paladear una deliciosa comida. Eso sí, confirmé mi lección y regresé a mi mantra tan amado que por cuatro horas perdí: no debo ir a lugares turísticos, no debe ir a lugares turísticos, no debo ir a lugares turísticos